A me contó que siendo estudiante de quinto de Filosofía en Barcelona, fue invitado al cumpleaños de B. Dado lo precario de su economía, en lugar de comprar un obsequio tomó un buen libro de su biblioteca, le quitó el polvo y lo envolvió en un flamante papel de regalo. B agradeció mucho el detalle y pidió a A que se lo dedicara. A, con el tiempo se preguntaba si había obrado bien desprendiéndose de aquel interesante libro descatalogado. Pasaron los años y un domingo, paseando por el mercadillo, encontró un ejemplar del libro a precio de saldo. Lo compró y regresó a su casa feliz, como quien recupera la pieza perdida de un inmenso rompecabezas. Antes de colocarlo en la estantería, lo abrió y vio sorprendido que era el mismo ejemplar que había dedicado. Cada vez que ve a B, éste le comenta que conserva el libro en un lugar destacado y A finge creerle: ¿Para no avergonzarle? ¿porque él simuló antes haber comprado el libro para aquella ocasión? ¿por otro motivo? Nunca lo sabremos.
sábado, 8 de marzo de 2008
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