domingo, 2 de diciembre de 2007

Palíndromo y cuadro


El jansenismo se fundamenta en una interpretación rigurosa de la gracia y de la libertad del hombre en relación con la salvación. Aunque hoy cueste imaginarlo, fue un verdadero problema para el catolicismo francés del siglo XVII. Incluía un código de conducta muy severo, como reacción a la superficialidad religiosa de "la gente mundana". Quizás fuera una moda: " El abad de Saint Cyrán de un día para otro pasó a detestar la primavera, las flores, la lectura de filósofos, la poesía, y se encerraba en el contacto directo del alma con Dios". Sus grandes enemigos, los jesuitas, decían que el jansenismo era una especie de calvinismo recalentado. Pero los jesuitas ejercían de confesores en casi todas las cortes, culpables en parte del deterioro moral de muchos reyes y príncipes.

Su centro era la Abadía de Port-Royal. Allí se encontraban los llamados "solitarios", nobles o eruditos como Pascal, que visitaba el lugar con frecuencia y en donde escribió gran parte de su obra religiosa. También había una escuela para niños huérfanos o necesitados, de familias nobles sin fortuna, en la que se educó Racine. Por último, la abadía albergaba una congregación religiosa, un tanto predispuesta a ver más milagros de los que un católico aceptaría como prudentes, guiada por sacerdotes jansenistas.

Philippe de Champaigne trabajó en París a partir de 1621 en la decoración del palacio de Luxemburgo, antes de convertirse en pintor del rey. Notable retratista, fue el cronista austero del jansenismo. El exvoto, su obra maestra, data de 1662 y constituye una pictórica acción de gracias por la curación de su hija, sor Catalina, religiosa en Port-Royal. El cuadro nos muestra a la madre abadesa en su celda, recibiendo la revelación de la próxima curación de su parálisis. Tal vez no sea el tipo de lienzo que colgaríamos en nuestras casas, pero es muy interesante porque no sólo pone de relieve la actitud de una comunidad religiosa, sino también el ambiente de un siglo, en una composición sobria que sabe expresar plásticamente la austera espiritualidad jansenista. No hay un ápice de sensualidad, pero mucho de perfección formal. Admiren los pliegues de los hábitos por ejemplo, en especial los del planchado.

A finales de 1661, un breve pontificio ordenaba la condena de las proposiciones jansenistas por heréticas. Todos los eclesiásticos debían firmar la declaración, incluidas las religiosas. Pero antes escribieron: "En la ignorancia que estamos de todas las cosas que están más allá de nuestra profesión y de nuestro sexo, todo lo que podemos hacer es rendir testimonio de la pureza de nuestra fe". Fue una manera muy sutil de mantener la distinción entre las cuestiones de hecho y de derecho.

Cuantas veces hayan contemplado este enigmático cuadro, habrán podido pensar que se trata de dos monjas fervorosas, seguidoras de la doctrina católica, no de unas pobres herejes, confundidas por la fidelidad ciega hacia sus directores espirituales. Algún historiador ha especulado sobre cierta soberbia por parte de las religiosas. Eran mujeres que aunque hubieran abandonado el mundo, habían sido educadas en la nobleza. Por lo demás, si bien guardaban la clausura, sabían por sus visitantes que estaban en el epicentro de una nueva forma de espiritualidad, en la que concurrían muchas miradas expectantes.

En 1664 Luis XIV ordenó el cierre definitivo de Port-Royal. Las monjas se vieron obligadas a dispersarse: "Hemos vivido en el Santo Temor de Dios y ahora parece que la Providencia nos abandona a merced de los antojos del siglo".

¿Qué fue de aquellas monjas despojadas de sus hábitos y de su pequeño mundo? Quizás ingresaron en otra congregación religiosa arrastrando el sambenito de herejes, tal vez fueron acogidas por algún familiar, viviendo en una indefinición entre el estado laical y el eclesiástico, quizás se casaran... Nunca lo sabremos.

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